jueves, mayo 10, 2007

Donde convergen los sentidos II...

"Ya, amor, neto, dame las llaves. Te espero en el coche. Ya me arrepentí..."
"No wy, neto, me cae que viene toda la banda"
"Cigarros...Dos pesos....Cigarros..."

Ante esta última voz que cimbraba la atmósfera, decidí encender otro marlboro. Detrás mío, escuchaba como alguien golpeteaba su propia cajetilla en una de sus palmas. Parecía que todos buscabamos una manera de matar la espera. La fila avanzaba despacio, aún cuando seguían apareciendo figurillas con rostros de incógnita, en la búsqueda de dónde formarse. Un universo de ansiosos curiosos, de atrevidos aventureros, de inciertas miradas.

Una pareja se acerca, y pregunta la misma cantaleta que he escuchado desde mi llegada. La figura detrás mío le responde, y por alguna razón, tras su respuesta, comienzo a entablar conversación con él. Algo en su timbre me hace sentir un poco de calidez en este amanecer. Simpático tipo. También acude solo. Por su edad, podría mi padre, pero tiene una charla tan fresca, que me olvido siquiera de cualquier detalle que pudiera resultar controvertido.

En nuestro deambular zigzagueante, intercambiamos por cortesía unos cigarrillos. Reímos al escuchar en la lejanía la espontaneidad de unos desmañanados inquietos contra un grupo de policías. No puedo negar que a pesar de todo, y de su amable semblante, en ocasiones mi arisca personalidad regresa a su estado natural y me vuelvo un tanto reservada. Pero al mismo tiempo, disfruto compartir mi extraño y simple sentido del humor, con alguien que ha olvidado los convencionalismos, ya que ha decidido acudir acompañado de su propia soledad.

-Una sola fila, les pedimos una sola fila- Un caballero enfundado en armadura de algodón negro, insiste en que de esa maraña de cuerpos organizados en líneas multifacéticas drásticamente se convierta en un riguroso camino. Misteriosamente, quizá porque a esa hora todavía las neuronas no han activado el sistema de "contrarismo" puro, comenzamos a transformar el caos en un orden, para que tan pronto nos los indiquen, atravesemos unos caminos previamente establecidos, entreguemos nuestro respectivo registro y prosigamos de acuerdo a las indicaciones.
No me revisaron. Ni cotejaron mi edad. Vamos, ni siquiera verificaron si portaba armas o alcohol. Continué hacia una esquina donde un Seven Eleven parecía invadido por un enjambre de jóvenes que zumbaban excitados por un poco de café, nicotina... y porque no, una ricas, escurrientes y heladas caguamas...
Que poco les duró el gusto, por cierto. Más tardaron en sentarse, que en que aparecieran unos uniformados a retirarlos por su ingesta prohibida. Un grupo de jóvenes quizá en sus treinta, hacen comentarios sarcásticos al respecto. Mi compañero de fila y yo, sentados a su lado, nos unimos a su jocosas intervenciones.
Que extraño, ¿verdad? como en ocasiones podemos crear vínculos momentáneos con absolutos desconocidos. Y en estas circunstancias había dos líneas. O te volvías un completo reprimido o entendías que por algo el ser humano es considerado una criatura social. Vaya que esta fue una oportunidad de ejecutarlo. Breves instantes de plática superflua, desembocaron en que instintivamente comenzamos a cercar un vínculo, el cual más adelante sería agradecido. Principalmente por mí.
En todo este acelerado instante, escuchaba el repicar de las campanas de Catedral y al sacar mi celular, un par de números de confusa abstracción me indicaban en silencio que ya eran más allá de las 06 de la mañana.
Un eco en la distancia, una voz en lengua sajona... Mi corazón palpitaba en acelerado movimiento. La brisa me indicaba que disminuía la temperatura en el ambiente, pero mi sangre hervía que casi quemaba mi espíritu...
Continuará

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