Donde convergen los sentidos...
Aún recuerdo la sensación del sábado en la noche. Ese extraño revoloteo en mi estómago que, conforme el tiempo se hacía más breve, se intensificaba y me generaba un mar de dudas. Pero ¿cuáles dudas? Yo ya tenía analizado mi sendero, más bien había dejado que el destino me guiara en una curiosa bifurcación que tenia frente a mis ojos. Y vaya que el destino me responde cuando dejo disyuntivas en sus manos.
Paulatinamente aparecieron señales que claramente interpreté. A las dos de la mañana, un mensaje en mi celular fue el último elemento para completar mi fórmula existencial. Sí, yo ya tenía mi decisión tomada; ahora sólo faltaba cumplir mi propósito.
Extrañamente, mi salida no causó conmoción alguna. La carta final en este partida que teníamos el destino y una servidora. Respiré esa brisa tan exquisita que sólo la madrugada posee y me encaminé rumbo a la cita.
Empecé a ejecutar un curioso juego en Patriotismo. Si acaso veía un coche repleto o a alguien vestido sencillamente, trataba de descifrar si llevarían el mismo camino que yo. Lo más simpático es que conforme me acercaba a Reforma, muchos de esas almas noctámbulas seguían el mismo tramo que yo; y cuando me percaté que en Av. Juárez manteníamos esa extraña caravana improvisada, entendí que aquella charada no tenía nada de curiosa: era absoluta realidad.
-Heme aquí- me decía en silencio. -Ahora a encontrar estacionamiento....
Cuando desperté de un breve trance, observé que aquello parecía un viernes de quincena en hora pico. Carros detenidos. Semáforos que se burlaban de mí en cada cambio de luces. Y peatones que preferían caminar a ser cómplices de un discurso de cláxons.
Me estacioné en el primer rincón que vi accesible. Para ser las 4.15 de la mañana, me parecía ridículo haberme quedado hasta Bellas Artes. En fin, ahí fue cuando caí en conciencia de que así como yo, había muchos más.
Caminé sobre Madero mirando ingenuamente a quienes me rodeaban. Me sentí un tanto extraña. Al lado mío deambulaban una serie de desconocidos, en grupo, en pareja, en solitario, que finalmente iban a compartir conmigo una experiencia íntimamente diferente. Encendí un cigarro, para sentirme acompañada en mi trayecto. Husmeé en mis bolsillos para encontrar más información. En verdad, me pasó algo más allá de lo absurdo: simplemente me dio pena preguntarle a alguien en dónde me tenía que formar. Comencé a seguir una fila dónde veía rostros de almas decididas que entre una fase de sonambulismo místico permanecían fieles a su palabra. Entre las sombras de calles de recuerdos milenarios, donde los faroles no se atrevían a brindar sus ingenuos destellos, escuché a un grupo con una guitarra mientras cantaban "Quien te cantará..." No sé porqué carajos tuve un deja-vu.
Al final di cualquier cantidad de vueltas. Encontré lo que parecía la Patagonia de una fila. Ahí me mantuve un rato. Cuando caí en cuenta, al otro extremo de 16 de septiembre había otra fila. Oía a mi alrededor voces que querían saber cuál era la verdadera línea que había que seguir. Nadie tenía la respuesta. Yo simplemente seguí mi instinto. Y hoy reconozco que no me equivoqué...
CONTINUARÁ...
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