Sobreviviendo un supermercado
Las compras de supermercado pueden volverse un calvario. Por algo tiendo a evitarlas y cuando me veo forzada a acudir a resurtir el refrigerador busco las estrategias más extrañas para evitar las conglomeraciones.
Y aún conociendo los hábitos de consumo de la población, como según me jactaba, cometí un error estadístico y me vi atrapada en un tumulto de compradores compulsivos con las mismas intenciones que yo.
Desde conseguir un lugar de estacionamiento, mi noche se convirtió en una lucha despiadada que me hizo recordar la época prehistórica en el que el líder de la manada salía en búsqueda de los alimentos y tenía que luchar contra las hostilidades de otros similares.
Tratar de rellenar el refrigerador y la alacena, en quincena, o fechas posteriores a la misma, pueden convertirse en una aventura de proporciones biblícas. Horas de espera, filas inmensas, pleitos en la sección de carnisalchichonería por saber quién se supone que es el siguiente turno. Y ni qué decir si encuentras el último carrito disponible, porque tienes que defenderlo más que a tu vida misma, porque no falta el gandalla que en un descuido se lo apaña sin compasión.
En la desesperación por salir pronto, he visto los sentimientos más oscuros de las señoras que aparentan ser las más apacibles.
Cada vez que se me ocurre viajar al super, me arriesgo a regresar con moretones en las piernas, producto de ser un obstáculo para quienes practican la Fórmula 1 de autoservicio. Y ayer para rematar, producto de la lluvia fui víctima de un abrupto resbalón en el estacionamiento, que hasta ahorita me sigue doliendo, tanto en orgullo como en mi físico. Sin embargo, tengo que reconocer, que aún en la violencia de supermercado, hubo un grupo de jóvenes que se acercaron ayudarme en mi desgracia.
Pero eso sí, me cae que a la próxima mejor me aguanto las ganas de comer queso, porque quedé 3 horas atrapada en un supermecado, y eso que no me llevé tantas cosas....
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