Donde convergen los sentidos IV...
Aún recuerdo ese cosquilleo en la piel.
Esa curiosa sensación donde entendí que había formado parte de un todo. De una realidad. De una fantasía.
Entre vitores y movimientos. Entre una lucha entre ese frío y la ansiedad cuando veía movimiento hacia donde yacían mis pertenencias, el sol me miraba sorprendido. Envidiaba mi libertad.
De pronto, el ambiente cambia abruptamente. La equidad se convierte en una lucha por evitar tomas de celulares caprichosos. De ojos lascivos desde Palacio Nacional, que con una cámara interrumpían esa sensación de paz que hasta momentos antes sentíamos quienes entre el poder de la libertad levantábamos orgullosas el temple de la Diosa.
No puedo negar que me sentí intimidada por primera vez en el amanecer. Mire contrariada a un resto de miradas contrariadas. Sabía que debía tomar una decisión.
Formé parte de ese inquieto grupo un par de minutos más. Al percibir duda hasta en el hablar de una simpática españolita del comité organizador vi que lo mejor para mí era nuevamente entender que el destino me daba señales y regresar hacia esa esquina donde mis cosas esperaban contrariadas.
El corazón latía. Me daba miedo que entre sombras mis pertenencias hubieran escapado entre los brazos de desconocidos. Pero no. Mi respuesta fue particularmente curiosa. Como si nuevamente quien cuida mi sendero, me hubiera siempre protegido. Particularmente en este tibio amanecer.
Caminé junto con un grupo de mujeres que como yo había tomado su decisión. Ahí, en la esquina donde dio inicio una impulsiva muestra de libertad, estaban mis compañeros. Cuidando el resto de las pertenencias. En verdad agradecí haber encontrado criaturas de decencia tan certera, que en vez de capturar almas en megapixeles de baja resolución habían optado por respetar y proteger.
Y es que cuando mi abrigador escudo de blanquecino encanto cubría mi libertad, escuché a la distancia que todo había terminado, y que alguna criaturas de la Madre tenía que cubrirse pudorosas entre lamentos y desesperación al percatarse que sus cosas habían emprendido una graciosa huída. Para rematar un par de ojos desconocidos comenzaban su entrada al Zócalo, aún cuando esto todavía fuera un escenario, con personajes aún cubiertos por disfraces de piel pura.
Un error de logística quizá. Que a algunos les valió que de la sensación de libertad pasaran al total pánico.
Yo por mi parte emprendí el camino de regreso hacia mi auto. Dos de mis compañeros tomaron el mismo rumbo que yo. Entre esquinas desaparecieron, para proseguir sus vidas así como yo proseguiría con la mía. No puedo negar que había una extraña sonrisa en mi semblante. Pero que era más notoria en el alma. Y esa sensación fue interrumpida cuando un extraño y desconocido individuo de mediocre semblante se me acercó entre la agitación y el tumulto: