Reflexión tras la mirada en un espejo...
Simplemente, a veces no entiendo la naturaleza humana.
Esa realidad en la que a veces la evolución en una sociedad convierte al Homo Sapiens en una criatura irracional, que ha perdido esa esencia y comunión consigo mismo así como sus semejantes.
No, no trato de ser una crítica egoista de mi propia especie, ni mucho menos una idealista involuntaria. Sólo que en estas últimas semanas me he encontrado con lo peor de la naturaleza humana, directa o indirectamente. No he podido encontrar respuestas de cómo hay quienes puede descansar tranquilos tras robar, matar, violar o simplemente agredir a sus semejantes por el simple hecho de pensar que tienen más poder.
Enternece aún encontrar pequeñas niñas de ojos azules que en su inocencia se escabullen en tu mesa mientras devoras unas alitas de pollo tan sólo porque les agradaste, o un pequeño chiquillo que sin siquiera conocerte, se despide de ti y te desea una buena comida mientras aún recuerda el sabor de las papas fritas que compartió con su familia. Es ahí cuándo me pregunto en qué momento esas criaturas inmaculadas pueden transformarse en seres violentos, egoistas o a los que nos les importa dañar a los demás.
Yo misma me asusto, de cómo este virus individualista puede fluir por la sangre y lograr que el corazón de acelere en una ráfaga de violencia involuntaria en la que la supervivencia regresa a su estado reptil. Las emociones se agolpan en la inexistencia. No hay razón, tan sólo agresión y el deseo por inclusive cobrar venganza.
Y entre el existencialismo y mi propia religión puede existir una lucha encarnecida, porque es menester entrar en comunión con la esencia de la vida misma y de la naturaleza, antes de permitir que el instinto domine sobre la razón.
¿Por qué, cómo especie, los humanos nos hemos convertido en algo más que bestias?