Diplomado en tramitología I
Durante un pequeño instante pérdido en el tiempo de hacía ocho anocheceres, comencé a planificar un par de detalles previos a un hecho significativo para mi vida y la de alguien que quiero mucho.
Viaje en carretera.
Una delicia introspectiva.
Un destino exquisito.
Y en un universo de papeles me sumergí para descubrir casi en punto de la medianoche que mi licencia había vencido. Ante el temor de manejar desprotegida en una ciudad de contrastes, donde no es que las leyes se apliquen en rigor, sino que el destino (o la charada política, lo que suceda primero) te tome de impreviso, aunado al hecho de un largo recorrido que cruzaría tres estados, decidí buscar una solución inmediata.
Navegue por este espacio de profundo conocimiento, que aunque no posee la verdad absoluta facilita los procesos -o eso ingenuamente pensé esa noche- para buscar formatos, costos y requisitos, para así tener todo listo por la mañana. Cual fue mi sorpresa al encontrarme términos ambiguos, formatos imprecisos y sobre todo explicaciones nulas que me brindaran orientación. Por largo tiempo busqué y recapacité. El sueño también vencía, pero estaba decidida a tener preparadas las cosas. Pasó largo rato y seguí sumergida en la controversia. Decidí imprimir aquel de mayor costo, que en primera instancia asemejaba lo que yo buscaba, hice cálculos monetarios y organicé un poco los detalles. Pago en el banco, viaje a la Delegación y después al trabajo. Todo quedaba de camino. Preparé un mensaje para enviarlo a temprana hora al gran jefe pluma blanca y así estar lo más pronto posible en mis ocupaciones, junto con una licencia nueva.
Vaya si sería ilusa...
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