domingo, agosto 31, 2008

Ilumina mi libertad: Desde la narrativa en una crónica parte 3

Sí. Se me antoja un cigarro. Pero sería un lento suicidio durante el recorrido ante mi falta de condición física. Porque aún falta mucho por andar.

Hay quienes sí, calman sus ansias. Fuman ante mi envidia. Otros comen desde tacos de canasta hasta chicharrones con harta salsa y limón. Un ligero aroma a elotes asados. Puestos de dulces, galletas, cacahuates y refrescos. Unos aprovechan la ocasión y ofertan bolsas de papas entre los asistentes. Más souvenirs.

Observo cuidadosa a mi alrededor. No hay clases sociales. No hay géneros. No hay religiones. Aún entre las prendas de marca o una desaliñada apariencia, no hay distinción. Todos vienen por una causa común. Ni las barreras de la fronteras son un impedimento. Un par de muchachas extranjeras ubicadas sobre la banqueta portan una cartulina: "Venezuela y México no queremos más violencia".

El Caballito mira sorprendido. Acostumbrado está, a manifestaciones populares. Pero creo que jamás imaginó encontrarse con esta cantidad de asistentes. Y mas aún por su orden y buen comportamiento. De pronto se me cruzan de imprevisto un grupito de participantes. Me sacan de concentración. Con celular en mano buscan tomar un par de fotos. Manuel Landeta y su hijo Imanol están parados en la esquina del Sheraton Centro Histórico. Los ojos del joven actor tienen un velo de tristeza. Una mirada melancólica que evoca el recuerdo de Fernando Marti.

Av. Juárez se da abasto ante la cantidad de participantes. No así la calle de Madero. Muchos optamos mejor por caminar sobre 5 de mayo. Después me enteraría que también habría contigentes que ingresarían por 16 de septiembre y 20 de noviembre. La vida en el Centro Histórico continúa. Hay quienes miran indiferentes a la concentración. Percibo un grupo más de turistas. Dos universitarios anglosajones se unen al contingente. Con video cámara en mano contemplan extasiados el momento. Una joven pareja ha traido a su pequeño bebé de meses. La mujer empuja la carreola, mientras su marido carga en hombros a un chiquito que enfundado en un abriguito de borrego blanco, sonríe ante un globito que trae en su mano.

Un voluntario indica a la gente hacia donde dirigirse en la plancha del Zócalo, el cual parece ser rellenado por cuartos en cada zona. Encontramos un lugar a un costado de una de las ambulancias. En una zona estratégica. Son las 19:00 horas. Aún falta tiempo para interpretar el himno y encender las velas. Pero la desesperación ya se percibe en algunos. Y se incrementa conforme las manecillas avanzan. De pronto, alguien comienza a gritar "Ambulancia, paramédico". Las voces se incrementan. Mejor los reporteros gráficos que están ubicados sobre una plataforma al lado del vehículo han respondido al llamado. Uno de ellos le hace señales al paramédico de la ambulancia del gobierno capitalino para que reaccione. Nada. Nuevamente las voces de "Ambulancia, paramédico". Los minutos pasan. Un regordete oficial ingresa a la plancha un tanto apático. La gente lo guia hacia el sitio del percance. Muchos curiosos lo siguen. Después, otra vez el público abre paso. Un grupo acompaña a la mujer que al parecer sentía un dolor en el pecho. Nada grave. Por fortuna.

Hay muchos desesperados. Muchos comienzan a irse, principalmente los del centro del contingente. Un marido le insiste a su mujer para que ya se vayan porque él ya cumplió. Ella le insiste que no, que se irán hasta que ella cante el Himno Nacional. Se ubican mejor en las orillas. Un chico se levanta sobre los hombros de uno de sus amigos para dar los pormenores de lo que pasa alrededor nuestro.

"Está hasta su madre, wy"

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