domingo, agosto 16, 2009

Mi dulce ángel...

No existo por instantes.
Me escondí, me esfumé, me desmaterialicé...
De pronto el dolor invadió mi alma y sólo supe que la opción era desvanecerme en mil pedazos de melancolía.

Lo siento.
No sé cómo lidiar con esta emoción,
porque es la primera vez que alguien como tú se marcha para no volver jamás.

Lo siento.
No puedo evitar extrañarte,
evocar tu aroma en la casa y al mismo tiempo agradecer tu partida porque no sufres más.

He dejado crecer mi cabello, mientras el rojo sufre ante la intempestiva aparición de un castaño auténtico. Han dejado de importarme ciertas banalidades.

Mi cuerpo ha firmado tregua con los carbohidratos, para recuperar la energía de esa semana infernal entre hospitales, médicos, funerarias y crematorios. Cuando el tiempo se detuvo.

He dormido largas horas y por momentos despierto en la madrugada suponiendo que todo ha sido un mal sueño. Pero de pronto, la realidad se precipita. La ausencia se manifiesta.

Y cuando te extraño, tan sólo evoco aquel instante en el que tu fragilidad logró acariciar mi rostro, y sin palabras -ya que aquel monstruo te había encerrado en el silencio- me dijiste cuánto me querías.

Por el respeto a tu memoria, he logrado involucrarme en rituales los cuales ya no ejercía. Hacer cánticos que ni siquiera conozco, respetar figuras que para mi no existían.

Todo por ti.

Hoy hace dos semanas.
Justo en dos minutos se cumple aquel momento en el que tu último suspiro se alejó en estelas de paz y obtuviste tus alas tras una corta, pero triste agonía.

Hoy descansas. Siempre con alegría. En una belleza donde el dolor no existe y la tranquilidad es el nuevo eje de tu ser.

Hoy puedo por fin volver a escribir en este espacio, porque aunque aún te extraño y siempre lo haré, tenía que agradecerte estos casi 29 años que dedicaste tu vida hacia mí. Con tus sonrisas, tus regaños, tus bendiciones, el aroma de unas enchiladas o un caldo de camarón. Criar al retoño de tu sangre como si acaso fuera tu propia vida, es un acto único de amor y bondad. Tu impecable imagen vive en mi memoria, y tu fragilidad se ha convertido en una luz que guardo como un tesoro único en aquella mirada de esperanza. Gracias, donde quiera que estés mi dulce ángel.
Gracias mamá.

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1 comentario:

RЄĐ dijo...

No voy a intelectualizar nada. Solo te voy a decir dos cosas:
1. Te quiero mucho.
2. Aquí estoy para lo que necesites.

Te mando un abrazo muy muy fuerte.